domingo, 28 de enero de 2024

 


Señoras y Señores, Ladies and Gentlemen… les presento la fábrica de sueños, donde la obsesión por la belleza es tan contagiosa que hasta las muñecas hinchables se están planteando consultas de aumento de pecho.

Estamos aquí porque está claro que ser parte del "club de cuerpos naturales" no es tan exclusivo como serlo de un club de “lucha contra la gravedad”.

¡Oh, las arrugas! Esa cosa molesta que te recuerda que estás envejeciendo más rápido que el último iPhone.

Así que ¿Por qué tener un cuerpo ADSL pudiendo tener el ultimo modelo con tecnología 5G? Unos labios espaciales 3.0, o una nariz tan elevada que incluso los pájaros te pedirán permiso para volar sobre ella. Unos pechos que se balancean con la elegancia de un cisne dando saltitos en un lago. Nalgas interactivas que respondan a comandos de voz. Y por supuesto, una silueta liposuccionada y hambrienta hasta alcanzar el vacío estelar.

No hay de que preocuparse, porque aquí tenemos el "elixir de la belleza crepitante", el único capaz de hacerte lucir tan joven que la gente te confundirá con la hija de tu propio selfie.

No importa si tus padres querían que brillaras mas que el propio sol, y te empujaron a bailar con un hipopótamo azul antes de aprender a gatear, aunque olvidasen que incluso las estrellas más fulgurantes necesitan su espacio en el universo, y ahora, estás más apretujada que un astronauta en una lata de sardinas cósmicas."

No importa si has decidido alcanzar el cuerpo de una diosa del Olimpo, alimentándote sólo de aire destilado, y alucinaste al averiguar que las diosas en realidad comían ambrosía y nunca anhelaron una silueta “palo de regaliz”, Pero ellas, claro, tenían su propia versión de "día trampa" con indulgencias divinas.

No importa si para pellizcar las estrellas, tienes que regalar roces, y empapelar los cuerpos de empresarios y magnates con tu propia piel. Que confundas las letras de “amaré” con las de “ramera”. Ni que cambies contratos de amor por pactos de fama.

No importa si necesitas unos músculos tan duros que hubiesen hecho naufragar al Titanic, tonificados como cuerdas de violín y capaces de romper huevos de avestruz, contra los que la única competencia pueda ser una máquina de refrescos. Que ahí, si pierdes, al menos te llevas una lata de cerveza.

No importa si tu adicción a la fama es como una montaña rusa, vacía de sentido, si, pero con intensos subidones y vertiginosos bajones corriendo cada vez más a menudo por tus pulmones, tu sangre, y la totalidad de tu cuerpo y anulando tu mente mientras bailas el hip-hop de la muerte.

Y no importa, en definitiva, que hayas decidido ser tan perfecta como tu foto del Facebook, sometiéndote a un tren de cirugías y rasgando y mutilando tu triste pellejo. Porque ahora eres mas divina que Santa Hermenegilda de la nariz respingona, aunque ya ni siquiera puedas cerrar los ojos y cuando hablas los sonidos que salen de tus labios “modelo flotador”, sólo sean audibles para los murciélagos.

Mis queridos potenciales seres divinos, nunca olviden que la belleza está en el ojo del que tiene más seguidores en Instagram. Y aquí, en el mundo de la belleza extrema, no se trata sólo de verse bien, ¡se trata de verse tan maravillosamente surrealista que ni siquiera Pixar podría dibujarte mejor!

Como diría el mismísimo Buzz Lightyear… ¡A la belleza histriónica y más allá!

Y así concluye nuestro desfile de locuras estéticas, donde la única regla es que no hay reglas. Recuerden, damas y caballeros, la estética artificial no es sólo una mejora, es una obra maestra en constante construcción.

¡A remodelar! que la vida y la salud no son tan importantes como para tomártelas en serio.

© Eva López

jueves, 16 de noviembre de 2023

 


 

En el tejido de la vida, donde cada hilo debería entrelazarse con amor y respeto, a menudo encontramos un oscuro nudo que emana dolor y desesperación: la violencia de género. Es un tormentoso huracán que azota los cimientos de la dignidad humana, desgarrando la tela misma de la igualdad y dejando tras de sí cicatrices invisibles, pero profundas.

Cada lágrima derramada por una de sus víctimas, es una gota que cae en el océano de la injusticia. Son sus suspiros los que resuenan como un lamento en la sinfonía de la vida, una melodía que debería ser de amor, pero que con demasiada frecuencia se convierte en un trágico adagio de sufrimiento.

La violencia de género no solo hiere el cuerpo, sino que también desgasta el alma. Es un veneno que se filtra en los poros de la autoestima, dejando a la víctima atrapada en un laberinto de miedo y desesperanza. Cada golpe, cada palabra hiriente, es una pincelada sombría que oscurece el lienzo de la autoafirmación.

Sin embargo, en este panorama sombrío, también encontramos destellos de valentía y resistencia. Las mujeres que han enfrentado la tormenta de la violencia de género son como flores que brotan en el asfalto. Su coraje ilumina el camino hacia un futuro donde cada mujer pueda florecer sin temor a ser cortada antes de tiempo.

Recordemos que la lucha contra ella no es solo la carga de las víctimas, sino un llamado colectivo a la acción. Es una llamada a desentrañar los hilos del patriarcado, a desterrar la misoginia y a tejer una nueva narrativa donde el respeto, la igualdad y el amor sean los elementos fundamentales.

La violencia de género no tiene cabida en un mundo que aspira a la justicia y la equidad. Cada palabra que compartimos, cada acción que tomamos, debe ser un tributo a la fortaleza de aquellas que han resistido, y un compromiso firme de construir un mañana donde sea solo un amargo recuerdo en el pasado.

 

 

© Eva López

 

martes, 24 de octubre de 2023


En el rincón más oscuro de la realidad, donde los suspiros infantiles deberían teñirse de risas y juegos, y donde la inocencia debería florecer como un jardín de sueños, yace el dolor silencioso de los niños víctimas de la violencia de género.


Sus ojos, ventanas al alma, revelan el peso de un sufrimiento que no debería conocer su corta existencia. En esos ojos, en su mirada quebrantada, se refleja la sombra de un mundo adulto que les ha arrebatado la seguridad y la confianza en la humanidad.


Sus risas, tan frágiles como pétalos de flor en una tormenta, han sido silenciadas por el estruendo del miedo y la angustia. Han aprendido a temer, a ocultar las cicatrices invisibles que marcan sus almas, como si el dolor fuera un oscuro secreto que nadie debería descubrir.


Los niños víctimas de la violencia de género, pequeños sobrevivientes en un mar de tormentas, merecen más que nuestras lágrimas de simpatía. Merecen un mundo donde sus risas puedan florecer nuevamente, donde sus ojos puedan brillar con la esperanza que les han arrebatado.


Cada uno de ellos es un faro de valentía, una chispa de resiliencia que lucha por romper las cadenas de un pasado doloroso. En sus corazones, aún late el anhelo de un amor sin violencia, de un futuro donde puedan ser libres para ser niños una vez más.


La sociedad tiene la responsabilidad de alzar la voz en su nombre, de protegerlos, de sanar sus heridas invisibles y de construir un mundo donde ningún niño deba conocer el oscuro lamento de la violencia de género. Ellos merecen un lugar donde puedan ser el testimonio viviente de la fortaleza humana, donde la esperanza pueda renacer en cada sonrisa, y donde el dolor de ayer pueda ceder ante el amor y el cuidado del mañana.


© Eva López

 

viernes, 30 de septiembre de 2022

Alas

 


Nació mujer y su piel era un lienzo virgen descubriendo un mundo de sensaciones, olores, colores, sonidos. Una vida por escribir.

Niña dulce, adolescente inconforme, joven ilusionada.

Y llegó él, para llenar su historia de capítulos nuevos, justo cuando su cuerpo comenzaba a sentir inquietudes y deseos desconocidos.

Llegó él, con unos ojos negros, profundos como un abismo y unas manos deseosas de garabatear en su piel; cargado de desafíos y prometiendo un mundo inmenso a compartir, mientras la envolvía en una hermosa crisálida tejida con un hilo irrompible.

Pero la crisálida comenzó a encoger. Apretaba y dolía de tanto llenarse de promesas incumplidas, besos amargos, caricias incompletas, desamor y desencanto.

Él ya no escribía versos sobre su piel, sólo palabras repletas de desprecio.

Dolía tanto que aprendió a esquivar las palabras envenenadas y los abrazos falsos. Después, ese primer golpe que arrancó por completo una página de su historia, la primera de muchas. Desamor, desprecio, golpes, dolor. Desamor, desprecio, golpes, dolor… por momentos más intensos. La crisálida cada vez más enjuta y podrida.

Hubiese querido arrojar al fuego el libro de su vida para verlo consumirse hasta quedar reducido a un puñado de cenizas etéreas que pudiesen escapar.

Y mientras trataba de huir de su prisión, sintió una profunda punzada en su espalda. Mas dolorosa aún que los golpes, pero extraña y dulce. Su piel desgarrada y luego el miedo. Ya no soportaba escribir ni una página más en su maltrecho libro, sólo deseaba poner fin a su historia.

Apretó los puños esperando más dolor, sin embargo, sólo sintió un gran alivio; las páginas marchitas comenzaron a caer una tras otra y con un murmullo musitado, se desplegaron en su espalda dos hermosas alas blancas, suaves e infinitas.

Y con ellas aprendió a volar…

Alto.

Lejos.

Volar hasta encontrar una nueva historia que escribir.

Una historia bella.

Una historia suya.

 

 

© Eva López

sábado, 1 de junio de 2019



Creemos que estamos alcanzando un estado de igualdad porque a las mujeres nos dejan ir a la universidad, nos dejan votar, nos dejan ponernos pantalones , nos dejan hacer los ¿mismos trabajos? Nos dejan jugar al fútbol, nos dejan ser gerentes, ministras, doctoras.... (¿cuántas veces he dicho "nos dejan"?)

Nos dejan, nos dejan, nos dejan....o al menos nos lo hacen creer, 

Y lo peor, no nos damos cuenta de que se necesitan leyes de paridad para mantener ese frágil equilibrio. porque al fin y al cabo "nos están dejando".  Pero estamos equivocados (perdón, se me ha olvidado poner la arroba para demostrar que me refiero tanto a hombres como mujeres... rectifico "equivocad@s"). 

En fin, que seguimos pagando esa costilla que le costamos a los hombres.

Falta mucho para que nos demos cuenta que no es una cuestión de igualdad, sino de respeto. No se trata de ser iguales. Afortunadamente todos, todas, somos diferentes, ÚNICOS (perdón de nuevo, unic@s). 

Si, una cuestión de respeto. Si hay respeto... lo demás sobra, hasta las arrobas
 
 

© Eva López

 

jueves, 20 de diciembre de 2018


Antes de ir a dormir, quiero compartir con mis amigos un brevísimo cuento que me ha dado por escribir pensando en Laura, la pobre chiquilla violada y asesinada.

Aunque mi pluma no sea ni ágil ni cautivadora, espero que su contenido os llegue, no sé a dónde, que a cada cual se le deslizará por lugares diferentes, pero llegue. Ahí lo dejo...






Érase una vez una bonita aldea, al lado de un bosque frondoso cubierto de fresca hierba, surcado por cristalinos riachuelos. Lamentablemente, en ese bosque habitaba un lobo feroz y sanguinario.
Los aldeanos, que habían perdido bajo sus fauces a varias de sus doncellas, se reunían continuamente para encontrar la forma de evitar que volviese a suceder.

Cada vez que una joven moría bajo sus fauces, alguien ideaba soluciones, pero las doncellas seguían siendo devoradas, hasta que un día consiguieron atrapar al lobo y enjaularlo. Fue entonces cuando la voz de algunos aldeanos se alzó declamando: ¿Quiénes somos nosotros para privarle de su libertad? Y cuando transcurrieron varias semanas de cautiverio le liberaron convencidos de que ya habría aprendido la lección. Era lo que se podía esperar de unos aldeanos clementes y justos.

Pero la bestia, lobo al fin y al cabo, volvió a sentir hambre… y a matar. Daba igual las veces que le atraparan, igualmente al verse libre de nuevo sus instintos eran más poderosos que su miedo a volver a una jaula, en la que estaba cómodo y bien alimentado y de la que sabía que finalmente saldría.
Con el tiempo, las jóvenes aprendieron a vestir prendas oscuras para que le lobo no pudiese verlas, a no hablar en voz alta ni reír ni cantar, para que el lobo no pudiese oírlas, a no perfumarse, ni prenderse flores, para que el lobo no pudiese olerlas, y a no pasear solas para que el lobo no pudiese devorarlas.

Y fue así como, aquella bonita aldea, al lado de un bosque frondoso cubierto de fresca hierba, surcado por cristalinos riachuelos, se convirtió en un lugar seguro, gracias a que las muchachas acabaron aprendiendo a renunciar a su libertad, para que el lobo feroz y sanguinario pudiera disfrutar del derecho a la suya… como debe ser en una aldea poblada de aldeanos clementes y justos.

Y colorín colorado, este cuento no ha terminado (mientras haya lobos sueltos)

En homenaje, póstumo desgraciadamente, a Laura Luelmo.  D.E.P.

© Eva López





domingo, 11 de enero de 2015



Siento no poner una foto bonita, pero en estos momentos simplemente quiero decir lo que siento. Sin foto. Y aunque no guste. Que seguramente no gustará

Hace un momento, en las noticias de A3 he escuchado: "La noticia del día es la manifestación de mas de un millón de personas en contra de los asesinatos del diario francés...."

Cuando pienso en ese suceso, se me ponen los pelos de punta. Absolutamente injusto. absolutamente aberrante. Se me saltan las lágrimas

Pero me parece también injusto que hoy esa sea "la noticia del día". Precisamente hoy que una niña de diez años ha volado por los aires, llevándose consigo la vida de 30 personas. Una niña que llevaba adosada una carga explosiva sin saberlo.

La tragedia de Francia lo es. Pero es una de tantas tragedias. No debemos olvidarla, debe permanecer para siempre en nuestros corazones. Ha tenido su momento, pero no debemos olvidar que en este jodido mundo, cada día, ocurren otras muchas tragedias. Y es injusto que porque no le ocurran a occidentales con nombres y apellidos, queden siempre relegadas a un segundo plano. Como si eso no nos afectase.

Hoy, todos somos Charlie. Pero por favor, no dejéis de ser esa niña que hoy se ha desperdigado en mil pedazos. No dejéis de lado todas esas tragedias que ocurren cada día, simplemente porque no hayan ocurrido.... en un diario francés. El resto del mundo también merece nuestra compasión
Al margen de lo dicho, ofrezco mis condolencias, sinceras, muy sinceras, a los familiares de esas víctimas inocentes. Ellos defendían algo muy loable, la libertad de ser y de expresar. Pero también a las familias de todas las victimas de hoy, de la sinrazón que nos gobierna... en cualquier lugar del mundo, de cualquier raza, de cualquier creencia... da igual. Una vida es una vida. Siempre. Su valor no depende de la latitud y la longitud donde se encuentre
 
 

© Eva López


sábado, 28 de septiembre de 2013

De demonios y ausencias




¿Dónde estás?

Que horribles pesadillas.  Yo le soñaba en el infierno. Tenía miedo.  Pero él hacía llorar a mi madre, mucho, siempre… y eso, a los demonios les gusta. De nada sirvió deslizarme entre las sábanas como si escondida allí desapareciesen.  Estaban dispuestos a llevárselo. Y lo hicieron.

Mamá ¿Dónde está papá?
Mi hijita, papá no va a volver. Ya tiene otra familia.


¿Tan mala he sido?

Debí ser muy mala, pero nunca supe cuál de mis maldades le invitó a marcharse. ¿Fue culpa mia?
Qué tristeza crecer creyéndote la causa de su ausencia.

¿Qué he hecho para que papá no me quiera? ¿Ahora tendrá otros hijos? Ellos me robarán sus besos. Pero a él no le importa, porque soy mala.


¿No va a volver?

Un día y otro sucediéndose en una larga cadena, tan pesada como vacía.  Recorrer un largo pasillo esperando siempre verle al final. Y al final, no verle.

Cuantos abrazos sin dueño, cuantas palabras sin oídos, cuantos besos deshaciéndose en un bolsillo, cuanto amor desparramándose por entre las rendijas del olvido.

Quise aprender a no quererle… pero para eso no hay escuela.

Ahora ya no sueño con demonios, sino que abraza a otra niña. Y aún me despierto llorando. Los demonios daban menos miedo.


Los hijos.

Mi pequeña me miró por primera vez con sus grandes ojazos y supe que ya nunca podría vivir sin ella. Mi niñito, agarró mi dedo con tanta fuerza que supe que lo daría todo por él.  Que nadie les roce, ¡que lo mato!  Mis hijos son mi regalo, el mayor que puede dar la vida. No hay más dulce sueño que verles crecer y compartir todo con ellos: Llorar, reír, enfadarnos, abrazarnos, y pintar rayas en la pared convirtiendo en centímetros nuestras vivencias; no me perdonaría perderme ni un segundo de sus vidas.

¿De verdad no te importo? ¿Nunca me echas de menos?


La enfermedad.

Mi dolor se esfumó como el humo con una caricia de los míos. Un mimo, un beso pegajoso de caramelo con olor a fresa y un abrazo envuelto en preocupación.

No hay dolor que no se disipe con un abrazo rechoncho: enredados mi hombre, los niños y el osito.

Cuando la enfermedad azota, la vences si están cerca aquellos que te aman.  Cuando la enfermedad azota, sabes quién te ama.

Tú... no estabas.


La vejez

¡Es tan viejo! ¿Cuándo salieron  sus canas? ¿Cuándo se arrugó su cara? Le recordaba joven. En realidad recordaba recuerdos de mentira.

Como en las dos caras de un espejo, cuarenta largos años de su vida a un lado y una minúscula caja de vivencias compartidas en el otro. Triste equilibrio deficiente.

Tú no reconoces mis arrugas. No estabas cuando salieron.


La muerte

La muerte le encontró sólo mientras los demonios se rifaban sus zapatos. El infierno salió de mis sueños y corrió a acompañarle. Y al fin, no fueron mis demonios; fueron los suyos.

Ahora, tanto dolor después, ya no me pregunto qué hice mal, porque he comprendido que no pude elegir. Él colocó en su mochila de viajero todo lo que creyó desear, y me dejó fuera. Viajó en compañía, pero murió solo. Y el diablo vino en mi busca para impregnar mi retina de su cuerpo muerto. Ahora su infierno ha terminado; el mío es no poder reunir suficientes recuerdos para gastar los dedos de las manos.

Te quise, te extrañé, te busque, intenté odiarte….  Ahora simplemente te despido lamentando que te hayas ido abandonado por aquellos a los que elegiste amar y en compañía tan sólo de aquellos a los que abandonaste.
 

© Eva López

sábado, 17 de marzo de 2012

Regaré con mis lágrimas ¡oh madre! el jardín 
de la casa y del patio los malvones; 
será cuando palpiten tu ausencia los geranios 
y lloren las gardenias 
y emitan su delicado aroma 
las hortensias y el Jazmín

Flor y tallo se acuclillarán sobre la gramilla 
en un pésame de marzo 
y llorarán las margaritas en abril 
y florecerá el lirio junto con el nardo 
y tú ¡madre!... ¡tú estarás allí!

La rosa acostumbrada a tus caricias 
y al poema de tus manos 
no se enamorará jamás de otros dedos 
y en una eterna despedida 
vistiendo un tul de terciopelo 
exudará su néctar más amargo 
dejando en él aprisionado tu recuerdo

Y renovará sus pétalos cada primavera 
¡oh madre! 
y multiplicará sus espinas 
(porque el dolor es parte de la vida) 
y será la reina de las flores 
¡la más bella del jardín! 
y lo hará por ti ¡oh madre! 
y lo hará por ti

Y el vocero del rocío 
en una madrugada ya anunciada 
proclamará que tú te has ido 
pero el jardín lo negará 
¡porque tú serás la rosa!

Regaré con mis lágrimas ¡oh madre! el jardín 
de la casa y del patio los malvones; 
será cuando palpiten tu ausencia los geranios 
y lloren las gardenias 
y emitan su delicado aroma 
las hortensias y el Jazmín 


miércoles, 7 de marzo de 2012

In memoriam. (Con todo mi corazón)

Me siento extraña.
Siempre me sobresalta el ruido estridente del despertador. Esta mañana he mirado de reojo la mesita de noche, tal vez con la esperanza de que ese chirrido no fuese el del maldito reloj ruidoso. Pero siempre lo es y durante unos minutos, mis sentidos se han incorporado a la vigilia hasta acabar por despegar las sábanas de mi cuerpo. Un día mas, un día menos...
Me he desperezado preocupada por no tener tiempo para recoger la blusa de Lucía. Esta niña siempre tiene prisa para todo, y esta tarde querrá estar muy guapa cuando vaya a su cita con ese quinceañero que la anda rondando. Tendré que darme prisa a la salida del trabajo o dejará de dirigirme la palabra los próximos veinte años.
No se porqué,  pero me siento muy extraña.
He preparado el desayuno con la prisa de siempre, y he seguido la misma rutina de cada día:
-Lucía, date prisa que llegas tarde al instituto-
- Pedro, corazón, no te pongas ese chándal que pareces un extraterrestre y en el colegio te van a llamar E.T. Y por cierto, luego hablaremos de ese suspenso en matemáticas, que ya te vale...-
A veces me pregunto si todos los niños que han perdido a su padre son así de difíciles o si simplemente yo no soy una buena madre y se me hace grande esta carga que el destino ha colgado de mis espaldas. Pero tengo que sacar adelante a mis hijos. Su vida no va a parecerse a la mía, no van a tener un trabajo basura que les haga sentirse un pequeño gusano cada día, harán grandes cosas en la vida, porque aquí estoy yo, para cargar con sus necesidades y ser su apoyo hasta que sepan caminar solos con la frente bien alta, aunque para ello cada día mi espalda se encorve un poco más.
- Mamá, no olvides recogerme la blusa, mira que te conozco, mira que luego me sales con que no has tenido tiempo, mira que es muy importante… -
- Si Lucia, si, no te preocupes, ya veré la forma de salir a tiempo del trabajo.
¡Salir a tiempo del trabajo! de ese trabajo que me ocupa veinticinco horas al día y por el que me pagan como si fueran solo dos, de ese trabajo en el que temo estornudar por si consideran que ha llegado la hora de sustituirme por otra más joven, mas sana y mas inexperta, que cobre menos. De ese trabajo que me está privando de ver crecer a mis hijos, de compartir con Lucía su primeras inquietudes de adolescente, de abrazar y achuchar a mi Pedro cada vez que lo deseo. Si al menos papá estuviese aquí. Siempre fue muy fuerte, y no dejó de luchar ni siquiera cuando el cáncer decidió llevarlo consigo. Pero él combatía con las manos vacías y su adversario tenía unas armas demasiado poderosas. Ahora yo soy mamá y papá. No puedo darme por vencida
- ¡Vamos Lucía!, y tu Pedro, por favor, deja de dar vueltas y date prisa, que voy a perder el cercanías. –
- Mama, Lucía ya se ha ido -
Vaya, como siempre esta niña se ha ido sin darme un beso. ¿Por que le cuesta tanto ese beso de despedida? Supongo que porque sabe que luego estaré aquí esperándola, o simplemente porque echa cálculo de cuantos besos le quedan por darme el resto de nuestra vida y le parecen demasiados.
- Venga Pedro, sal corriendo que hoy te lleva Enriqueta y la tienes esperando, ¡y dame un beso, tacaño, que son gratis! -
¿Por qué me siento tan extraña?
Hoy casi he tenido que volar para no perder el cercanías, si me descuido tengo que esperar al siguiente. Menos mal, Dios mío, cualquiera aguanta a mi jefa si llego tarde. Todos los días es lo mismo, el trabajo, cuidar de mis niños, ya no recuerdo cuando fue la última vez que me enfundé en mi vestido rosa y salí a pasear. Pero es tan poco el tiempo que tengo para estar con ellos... Estos hijos míos, que tarea dan, pero ¿de que me quejo?, si son todo lo que tengo ¿qué haré cuando decidan vivir su vida y mi casa se convierta en un inmenso vacío? A veces pienso que son el único sentido de mi vida. Y ellos solo me tienen a mí. Cuando vinimos a Madrid dejamos atrás lo poco que teníamos, nuestro hogar, nuestra familia, nuestros amigos. Ahora vivimos en un piso pequeñito, cerca de la estación de Santa Eugenia, donde solo conocemos a Enriqueta, la vecina. Es una señora de mediana edad, viuda y un poco gruñona, pero adora a los niños y siempre está dispuesta a ayudarme porque sabe que a veces me fallan las fuerzas,  entonces ella me dice: - La vida no es fácil mujer, pero en realidad es lo único que tenemos - y me cuenta cuanto tuvo que trabajar de niña, me habla de todas las oportunidades que perdió para cuidar de sus seis hermanos pequeños, de todos los sueños e ilusiones que se desvanecieron en un solo minuto por aquel desgraciado accidente que le robó a sus padres. Y yo pienso ¿qué sería de mis hijos sin mi?, pero eso no va a ocurrir, yo estoy aquí con ellos, estaré siempre hasta que ya no me necesiten.
Algo es diferente…
Hoy me ha tocado una señora bajita y regordeta en el asiento de al lado. Siempre me pregunto como será mi compañera o compañero de viaje. A veces es alguien amable y su conversación me hace olvidar por momentos que en poco tiempo me espera la esclavitud de cada día, esa esclavitud que me permite sacar adelante a mis dos tesoros. Otras veces es un señor cascarrabias que pasa todo el viaje protestando. Yo procuro regalarle la mejor de mis sonrisas y con ella hacerle comprender que cada día es hermoso, que cada minuto merece vivirlo con optimismo y alegría. Ayer mi compañera de viaje fue una jovencita con la mirada perdida, quizás suspirando por un príncipe azul de cuento de hadas, que me recordó a mi Lucia. Mi Lucia, mi pequeña Lucia, mi pequeña y frágil mujercita que cree ser la mas incomprendida de las adolescentes. Mi Lucia, mi tesoro.
… como si algo hubiese ocurrido.
Cuando regrese a casa no debo olvidar hablar seriamente con Pedro. Es un buen chico, pero aún no comprende cuanto esfuerzo va a necesitar para convertirse en un gran hombre, en alguien que pueda mirar de frente a la vida. Estoy segura de que pronto volarán los pajaritos de su cabeza. Aún no ha superado la pérdida de su padre. Estaban muy unidos. Siempre le esperaba hasta que regresaba del trabajo, por muy tarde que fuese, y se sentaba en sus rodillas para contarle las aventuras y desventuras que le habían sucedido a lo largo del día. A veces, cuando creía que yo no estaba escuchando, aprovechaba para pedirle que me convenciese para levantarle ese o aquel otro castigo. Este niño, siempre tan zalamero. Después iba a la cocina a pedirme galletas y me miraba de reojo tratando de averiguar si ya no estaba enfadada. Se me acurrucaba como un gatito porque sabía que no iba a poder evitar comérmelo a besos.
Pero hoy hablaremos muy seriamente de ese suspenso, aunque al final seguramente seré incapaz de castigarle. Mi Pedro, mi pequeño Pedro, mi tesoro.
¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy?
Ese estruendo ensordecedor, polvo, ruido, gente corriendo, Empiezo a recordar. Algo ha caído sobre mi, no puedo moverme, hay mucha gente gritando y pidiendo ayuda, la señora bajita está pidiendo auxilio – ¡mi brazo, Dios mío!, ¿dónde está mi brazo? - Una niña con tirabuzones rubios, sucios y ensangrentados, llama a gritos a su madre. Hierros retorcidos, sirenas, más ruido… Y yo no puedo moverme. Quiero coger a esa pequeña de la mano y ayudarla a buscar a su madre, pero... no puedo moverme. Ha comenzado a entrar gente, a revolverlo todo. Un joven ayuda a salir a la señora bajita del lugar donde se encuentra tendida. Ella grita, grita mucho. Y la niña continúa junto a mí, abrazada a una pequeña muñeca rota, en silencio, con la mirada fija en un punto del infinito tan lejano que casi ni existe. Siento mucho dolor y un intenso miedo se está apoderando poco a poco de mí. Varias personas están levantando algo duro y pesado que me atrapa y alguien me coge en sus brazos. No consigo ver sus caras. Estoy aterrada...  Oscuridad, una terrible y densa oscuridad.
Y ahora me siento tan extraña!
Esto no es la estación, aunque hay mucha gente. Se mueven de un lado a otro con la mirada ausente, como si no me vieran, como si no estuviesen aquí. Tampoco es un hospital. Y hay silencio, mucho silencio, nadie dice nada, sólo miran a su alrededor tan confusos como lo estoy yo misma. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es este lugar? ¿Cómo he llegado aquí?
Ya lo entiendo todo
Quiero llorar pero no puedo, no tengo lágrimas. Me invaden pensamientos que me atraviesan como cuchillas afiladas. Tal vez yo misma ya sólo soy un pensamiento.
Creo que Pedro no va a poder demostrarme que es capaz de aprobar las matemáticas, y de ser el más grande de los hombres. Echaré de menos sus arrumacos de cachorrillo indefenso.
No podré recoger la blusa de Lucía, y ella faltará a su cita... No podré llorar con ella cuando su primer novio le rompa el corazón, ni sujetar su velo de novia cuando prometa compartir el resto de su vida con alguien con quien haya decidido compartir esos besos que hasta hoy eran solo míos. Ese beso, esos miles de besos que Lucía había dejado para más tarde…. Si al menos esta mañana me hubiese regalado tan solo uno.
Debí perder ese tren.
Enriqueta, por favor, cuide de mis hijos. Ahora solo la tienen a usted.
 
 

© Eva López