sábado, 28 de septiembre de 2013

De demonios y ausencias




¿Dónde estás?

Que horribles pesadillas.  Yo le soñaba en el infierno. Tenía miedo.  Pero él hacía llorar a mi madre, mucho, siempre… y eso, a los demonios les gusta. De nada sirvió deslizarme entre las sábanas como si escondida allí desapareciesen.  Estaban dispuestos a llevárselo. Y lo hicieron.

Mamá ¿Dónde está papá?
Mi hijita, papá no va a volver. Ya tiene otra familia.


¿Tan mala he sido?

Debí ser muy mala, pero nunca supe cuál de mis maldades le invitó a marcharse. ¿Fue culpa mia?
Qué tristeza crecer creyéndote la causa de su ausencia.

¿Qué he hecho para que papá no me quiera? ¿Ahora tendrá otros hijos? Ellos me robarán sus besos. Pero a él no le importa, porque soy mala.


¿No va a volver?

Un día y otro sucediéndose en una larga cadena, tan pesada como vacía.  Recorrer un largo pasillo esperando siempre verle al final. Y al final, no verle.

Cuantos abrazos sin dueño, cuantas palabras sin oídos, cuantos besos deshaciéndose en un bolsillo, cuanto amor desparramándose por entre las rendijas del olvido.

Quise aprender a no quererle… pero para eso no hay escuela.

Ahora ya no sueño con demonios, sino que abraza a otra niña. Y aún me despierto llorando. Los demonios daban menos miedo.


Los hijos.

Mi pequeña me miró por primera vez con sus grandes ojazos y supe que ya nunca podría vivir sin ella. Mi niñito, agarró mi dedo con tanta fuerza que supe que lo daría todo por él.  Que nadie les roce, ¡que lo mato!  Mis hijos son mi regalo, el mayor que puede dar la vida. No hay más dulce sueño que verles crecer y compartir todo con ellos: Llorar, reír, enfadarnos, abrazarnos, y pintar rayas en la pared convirtiendo en centímetros nuestras vivencias; no me perdonaría perderme ni un segundo de sus vidas.

¿De verdad no te importo? ¿Nunca me echas de menos?


La enfermedad.

Mi dolor se esfumó como el humo con una caricia de los míos. Un mimo, un beso pegajoso de caramelo con olor a fresa y un abrazo envuelto en preocupación.

No hay dolor que no se disipe con un abrazo rechoncho: enredados mi hombre, los niños y el osito.

Cuando la enfermedad azota, la vences si están cerca aquellos que te aman.  Cuando la enfermedad azota, sabes quién te ama.

Tú... no estabas.


La vejez

¡Es tan viejo! ¿Cuándo salieron  sus canas? ¿Cuándo se arrugó su cara? Le recordaba joven. En realidad recordaba recuerdos de mentira.

Como en las dos caras de un espejo, cuarenta largos años de su vida a un lado y una minúscula caja de vivencias compartidas en el otro. Triste equilibrio deficiente.

Tú no reconoces mis arrugas. No estabas cuando salieron.


La muerte

La muerte le encontró sólo mientras los demonios se rifaban sus zapatos. El infierno salió de mis sueños y corrió a acompañarle. Y al fin, no fueron mis demonios; fueron los suyos.

Ahora, tanto dolor después, ya no me pregunto qué hice mal, porque he comprendido que no pude elegir. Él colocó en su mochila de viajero todo lo que creyó desear, y me dejó fuera. Viajó en compañía, pero murió solo. Y el diablo vino en mi busca para impregnar mi retina de su cuerpo muerto. Ahora su infierno ha terminado; el mío es no poder reunir suficientes recuerdos para gastar los dedos de las manos.

Te quise, te extrañé, te busque, intenté odiarte….  Ahora simplemente te despido lamentando que te hayas ido abandonado por aquellos a los que elegiste amar y en compañía tan sólo de aquellos a los que abandonaste.
 

© Eva López

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