viernes, 30 de septiembre de 2022

Alas

 


Nació mujer y su piel era un lienzo virgen descubriendo un mundo de sensaciones, olores, colores, sonidos. Una vida por escribir.

Niña dulce, adolescente inconforme, joven ilusionada.

Y llegó él, para llenar su historia de capítulos nuevos, justo cuando su cuerpo comenzaba a sentir inquietudes y deseos desconocidos.

Llegó él, con unos ojos negros, profundos como un abismo y unas manos deseosas de garabatear en su piel; cargado de desafíos y prometiendo un mundo inmenso a compartir, mientras la envolvía en una hermosa crisálida tejida con un hilo irrompible.

Pero la crisálida comenzó a encoger. Apretaba y dolía de tanto llenarse de promesas incumplidas, besos amargos, caricias incompletas, desamor y desencanto.

Él ya no escribía versos sobre su piel, sólo palabras repletas de desprecio.

Dolía tanto que aprendió a esquivar las palabras envenenadas y los abrazos falsos. Después, ese primer golpe que arrancó por completo una página de su historia, la primera de muchas. Desamor, desprecio, golpes, dolor. Desamor, desprecio, golpes, dolor… por momentos más intensos. La crisálida cada vez más enjuta y podrida.

Hubiese querido arrojar al fuego el libro de su vida para verlo consumirse hasta quedar reducido a un puñado de cenizas etéreas que pudiesen escapar.

Y mientras trataba de huir de su prisión, sintió una profunda punzada en su espalda. Mas dolorosa aún que los golpes, pero extraña y dulce. Su piel desgarrada y luego el miedo. Ya no soportaba escribir ni una página más en su maltrecho libro, sólo deseaba poner fin a su historia.

Apretó los puños esperando más dolor, sin embargo, sólo sintió un gran alivio; las páginas marchitas comenzaron a caer una tras otra y con un murmullo musitado, se desplegaron en su espalda dos hermosas alas blancas, suaves e infinitas.

Y con ellas aprendió a volar…

Alto.

Lejos.

Volar hasta encontrar una nueva historia que escribir.

Una historia bella.

Una historia suya.

 

 

© Eva López