jueves, 20 de diciembre de 2018


Antes de ir a dormir, quiero compartir con mis amigos un brevísimo cuento que me ha dado por escribir pensando en Laura, la pobre chiquilla violada y asesinada.

Aunque mi pluma no sea ni ágil ni cautivadora, espero que su contenido os llegue, no sé a dónde, que a cada cual se le deslizará por lugares diferentes, pero llegue. Ahí lo dejo...






Érase una vez una bonita aldea, al lado de un bosque frondoso cubierto de fresca hierba, surcado por cristalinos riachuelos. Lamentablemente, en ese bosque habitaba un lobo feroz y sanguinario.
Los aldeanos, que habían perdido bajo sus fauces a varias de sus doncellas, se reunían continuamente para encontrar la forma de evitar que volviese a suceder.

Cada vez que una joven moría bajo sus fauces, alguien ideaba soluciones, pero las doncellas seguían siendo devoradas, hasta que un día consiguieron atrapar al lobo y enjaularlo. Fue entonces cuando la voz de algunos aldeanos se alzó declamando: ¿Quiénes somos nosotros para privarle de su libertad? Y cuando transcurrieron varias semanas de cautiverio le liberaron convencidos de que ya habría aprendido la lección. Era lo que se podía esperar de unos aldeanos clementes y justos.

Pero la bestia, lobo al fin y al cabo, volvió a sentir hambre… y a matar. Daba igual las veces que le atraparan, igualmente al verse libre de nuevo sus instintos eran más poderosos que su miedo a volver a una jaula, en la que estaba cómodo y bien alimentado y de la que sabía que finalmente saldría.
Con el tiempo, las jóvenes aprendieron a vestir prendas oscuras para que le lobo no pudiese verlas, a no hablar en voz alta ni reír ni cantar, para que el lobo no pudiese oírlas, a no perfumarse, ni prenderse flores, para que el lobo no pudiese olerlas, y a no pasear solas para que el lobo no pudiese devorarlas.

Y fue así como, aquella bonita aldea, al lado de un bosque frondoso cubierto de fresca hierba, surcado por cristalinos riachuelos, se convirtió en un lugar seguro, gracias a que las muchachas acabaron aprendiendo a renunciar a su libertad, para que el lobo feroz y sanguinario pudiera disfrutar del derecho a la suya… como debe ser en una aldea poblada de aldeanos clementes y justos.

Y colorín colorado, este cuento no ha terminado (mientras haya lobos sueltos)

En homenaje, póstumo desgraciadamente, a Laura Luelmo.  D.E.P.

© Eva López