martes, 24 de octubre de 2023


En el rincón más oscuro de la realidad, donde los suspiros infantiles deberían teñirse de risas y juegos, y donde la inocencia debería florecer como un jardín de sueños, yace el dolor silencioso de los niños víctimas de la violencia de género.


Sus ojos, ventanas al alma, revelan el peso de un sufrimiento que no debería conocer su corta existencia. En esos ojos, en su mirada quebrantada, se refleja la sombra de un mundo adulto que les ha arrebatado la seguridad y la confianza en la humanidad.


Sus risas, tan frágiles como pétalos de flor en una tormenta, han sido silenciadas por el estruendo del miedo y la angustia. Han aprendido a temer, a ocultar las cicatrices invisibles que marcan sus almas, como si el dolor fuera un oscuro secreto que nadie debería descubrir.


Los niños víctimas de la violencia de género, pequeños sobrevivientes en un mar de tormentas, merecen más que nuestras lágrimas de simpatía. Merecen un mundo donde sus risas puedan florecer nuevamente, donde sus ojos puedan brillar con la esperanza que les han arrebatado.


Cada uno de ellos es un faro de valentía, una chispa de resiliencia que lucha por romper las cadenas de un pasado doloroso. En sus corazones, aún late el anhelo de un amor sin violencia, de un futuro donde puedan ser libres para ser niños una vez más.


La sociedad tiene la responsabilidad de alzar la voz en su nombre, de protegerlos, de sanar sus heridas invisibles y de construir un mundo donde ningún niño deba conocer el oscuro lamento de la violencia de género. Ellos merecen un lugar donde puedan ser el testimonio viviente de la fortaleza humana, donde la esperanza pueda renacer en cada sonrisa, y donde el dolor de ayer pueda ceder ante el amor y el cuidado del mañana.


© Eva López