jueves, 16 de noviembre de 2023

 


 

En el tejido de la vida, donde cada hilo debería entrelazarse con amor y respeto, a menudo encontramos un oscuro nudo que emana dolor y desesperación: la violencia de género. Es un tormentoso huracán que azota los cimientos de la dignidad humana, desgarrando la tela misma de la igualdad y dejando tras de sí cicatrices invisibles, pero profundas.

Cada lágrima derramada por una de sus víctimas, es una gota que cae en el océano de la injusticia. Son sus suspiros los que resuenan como un lamento en la sinfonía de la vida, una melodía que debería ser de amor, pero que con demasiada frecuencia se convierte en un trágico adagio de sufrimiento.

La violencia de género no solo hiere el cuerpo, sino que también desgasta el alma. Es un veneno que se filtra en los poros de la autoestima, dejando a la víctima atrapada en un laberinto de miedo y desesperanza. Cada golpe, cada palabra hiriente, es una pincelada sombría que oscurece el lienzo de la autoafirmación.

Sin embargo, en este panorama sombrío, también encontramos destellos de valentía y resistencia. Las mujeres que han enfrentado la tormenta de la violencia de género son como flores que brotan en el asfalto. Su coraje ilumina el camino hacia un futuro donde cada mujer pueda florecer sin temor a ser cortada antes de tiempo.

Recordemos que la lucha contra ella no es solo la carga de las víctimas, sino un llamado colectivo a la acción. Es una llamada a desentrañar los hilos del patriarcado, a desterrar la misoginia y a tejer una nueva narrativa donde el respeto, la igualdad y el amor sean los elementos fundamentales.

La violencia de género no tiene cabida en un mundo que aspira a la justicia y la equidad. Cada palabra que compartimos, cada acción que tomamos, debe ser un tributo a la fortaleza de aquellas que han resistido, y un compromiso firme de construir un mañana donde sea solo un amargo recuerdo en el pasado.

 

 

© Eva López

 

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