miércoles, 7 de marzo de 2012

In memoriam. (Con todo mi corazón)

Me siento extraña.
Siempre me sobresalta el ruido estridente del despertador. Esta mañana he mirado de reojo la mesita de noche, tal vez con la esperanza de que ese chirrido no fuese el del maldito reloj ruidoso. Pero siempre lo es y durante unos minutos, mis sentidos se han incorporado a la vigilia hasta acabar por despegar las sábanas de mi cuerpo. Un día mas, un día menos...
Me he desperezado preocupada por no tener tiempo para recoger la blusa de Lucía. Esta niña siempre tiene prisa para todo, y esta tarde querrá estar muy guapa cuando vaya a su cita con ese quinceañero que la anda rondando. Tendré que darme prisa a la salida del trabajo o dejará de dirigirme la palabra los próximos veinte años.
No se porqué,  pero me siento muy extraña.
He preparado el desayuno con la prisa de siempre, y he seguido la misma rutina de cada día:
-Lucía, date prisa que llegas tarde al instituto-
- Pedro, corazón, no te pongas ese chándal que pareces un extraterrestre y en el colegio te van a llamar E.T. Y por cierto, luego hablaremos de ese suspenso en matemáticas, que ya te vale...-
A veces me pregunto si todos los niños que han perdido a su padre son así de difíciles o si simplemente yo no soy una buena madre y se me hace grande esta carga que el destino ha colgado de mis espaldas. Pero tengo que sacar adelante a mis hijos. Su vida no va a parecerse a la mía, no van a tener un trabajo basura que les haga sentirse un pequeño gusano cada día, harán grandes cosas en la vida, porque aquí estoy yo, para cargar con sus necesidades y ser su apoyo hasta que sepan caminar solos con la frente bien alta, aunque para ello cada día mi espalda se encorve un poco más.
- Mamá, no olvides recogerme la blusa, mira que te conozco, mira que luego me sales con que no has tenido tiempo, mira que es muy importante… -
- Si Lucia, si, no te preocupes, ya veré la forma de salir a tiempo del trabajo.
¡Salir a tiempo del trabajo! de ese trabajo que me ocupa veinticinco horas al día y por el que me pagan como si fueran solo dos, de ese trabajo en el que temo estornudar por si consideran que ha llegado la hora de sustituirme por otra más joven, mas sana y mas inexperta, que cobre menos. De ese trabajo que me está privando de ver crecer a mis hijos, de compartir con Lucía su primeras inquietudes de adolescente, de abrazar y achuchar a mi Pedro cada vez que lo deseo. Si al menos papá estuviese aquí. Siempre fue muy fuerte, y no dejó de luchar ni siquiera cuando el cáncer decidió llevarlo consigo. Pero él combatía con las manos vacías y su adversario tenía unas armas demasiado poderosas. Ahora yo soy mamá y papá. No puedo darme por vencida
- ¡Vamos Lucía!, y tu Pedro, por favor, deja de dar vueltas y date prisa, que voy a perder el cercanías. –
- Mama, Lucía ya se ha ido -
Vaya, como siempre esta niña se ha ido sin darme un beso. ¿Por que le cuesta tanto ese beso de despedida? Supongo que porque sabe que luego estaré aquí esperándola, o simplemente porque echa cálculo de cuantos besos le quedan por darme el resto de nuestra vida y le parecen demasiados.
- Venga Pedro, sal corriendo que hoy te lleva Enriqueta y la tienes esperando, ¡y dame un beso, tacaño, que son gratis! -
¿Por qué me siento tan extraña?
Hoy casi he tenido que volar para no perder el cercanías, si me descuido tengo que esperar al siguiente. Menos mal, Dios mío, cualquiera aguanta a mi jefa si llego tarde. Todos los días es lo mismo, el trabajo, cuidar de mis niños, ya no recuerdo cuando fue la última vez que me enfundé en mi vestido rosa y salí a pasear. Pero es tan poco el tiempo que tengo para estar con ellos... Estos hijos míos, que tarea dan, pero ¿de que me quejo?, si son todo lo que tengo ¿qué haré cuando decidan vivir su vida y mi casa se convierta en un inmenso vacío? A veces pienso que son el único sentido de mi vida. Y ellos solo me tienen a mí. Cuando vinimos a Madrid dejamos atrás lo poco que teníamos, nuestro hogar, nuestra familia, nuestros amigos. Ahora vivimos en un piso pequeñito, cerca de la estación de Santa Eugenia, donde solo conocemos a Enriqueta, la vecina. Es una señora de mediana edad, viuda y un poco gruñona, pero adora a los niños y siempre está dispuesta a ayudarme porque sabe que a veces me fallan las fuerzas,  entonces ella me dice: - La vida no es fácil mujer, pero en realidad es lo único que tenemos - y me cuenta cuanto tuvo que trabajar de niña, me habla de todas las oportunidades que perdió para cuidar de sus seis hermanos pequeños, de todos los sueños e ilusiones que se desvanecieron en un solo minuto por aquel desgraciado accidente que le robó a sus padres. Y yo pienso ¿qué sería de mis hijos sin mi?, pero eso no va a ocurrir, yo estoy aquí con ellos, estaré siempre hasta que ya no me necesiten.
Algo es diferente…
Hoy me ha tocado una señora bajita y regordeta en el asiento de al lado. Siempre me pregunto como será mi compañera o compañero de viaje. A veces es alguien amable y su conversación me hace olvidar por momentos que en poco tiempo me espera la esclavitud de cada día, esa esclavitud que me permite sacar adelante a mis dos tesoros. Otras veces es un señor cascarrabias que pasa todo el viaje protestando. Yo procuro regalarle la mejor de mis sonrisas y con ella hacerle comprender que cada día es hermoso, que cada minuto merece vivirlo con optimismo y alegría. Ayer mi compañera de viaje fue una jovencita con la mirada perdida, quizás suspirando por un príncipe azul de cuento de hadas, que me recordó a mi Lucia. Mi Lucia, mi pequeña Lucia, mi pequeña y frágil mujercita que cree ser la mas incomprendida de las adolescentes. Mi Lucia, mi tesoro.
… como si algo hubiese ocurrido.
Cuando regrese a casa no debo olvidar hablar seriamente con Pedro. Es un buen chico, pero aún no comprende cuanto esfuerzo va a necesitar para convertirse en un gran hombre, en alguien que pueda mirar de frente a la vida. Estoy segura de que pronto volarán los pajaritos de su cabeza. Aún no ha superado la pérdida de su padre. Estaban muy unidos. Siempre le esperaba hasta que regresaba del trabajo, por muy tarde que fuese, y se sentaba en sus rodillas para contarle las aventuras y desventuras que le habían sucedido a lo largo del día. A veces, cuando creía que yo no estaba escuchando, aprovechaba para pedirle que me convenciese para levantarle ese o aquel otro castigo. Este niño, siempre tan zalamero. Después iba a la cocina a pedirme galletas y me miraba de reojo tratando de averiguar si ya no estaba enfadada. Se me acurrucaba como un gatito porque sabía que no iba a poder evitar comérmelo a besos.
Pero hoy hablaremos muy seriamente de ese suspenso, aunque al final seguramente seré incapaz de castigarle. Mi Pedro, mi pequeño Pedro, mi tesoro.
¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy?
Ese estruendo ensordecedor, polvo, ruido, gente corriendo, Empiezo a recordar. Algo ha caído sobre mi, no puedo moverme, hay mucha gente gritando y pidiendo ayuda, la señora bajita está pidiendo auxilio – ¡mi brazo, Dios mío!, ¿dónde está mi brazo? - Una niña con tirabuzones rubios, sucios y ensangrentados, llama a gritos a su madre. Hierros retorcidos, sirenas, más ruido… Y yo no puedo moverme. Quiero coger a esa pequeña de la mano y ayudarla a buscar a su madre, pero... no puedo moverme. Ha comenzado a entrar gente, a revolverlo todo. Un joven ayuda a salir a la señora bajita del lugar donde se encuentra tendida. Ella grita, grita mucho. Y la niña continúa junto a mí, abrazada a una pequeña muñeca rota, en silencio, con la mirada fija en un punto del infinito tan lejano que casi ni existe. Siento mucho dolor y un intenso miedo se está apoderando poco a poco de mí. Varias personas están levantando algo duro y pesado que me atrapa y alguien me coge en sus brazos. No consigo ver sus caras. Estoy aterrada...  Oscuridad, una terrible y densa oscuridad.
Y ahora me siento tan extraña!
Esto no es la estación, aunque hay mucha gente. Se mueven de un lado a otro con la mirada ausente, como si no me vieran, como si no estuviesen aquí. Tampoco es un hospital. Y hay silencio, mucho silencio, nadie dice nada, sólo miran a su alrededor tan confusos como lo estoy yo misma. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es este lugar? ¿Cómo he llegado aquí?
Ya lo entiendo todo
Quiero llorar pero no puedo, no tengo lágrimas. Me invaden pensamientos que me atraviesan como cuchillas afiladas. Tal vez yo misma ya sólo soy un pensamiento.
Creo que Pedro no va a poder demostrarme que es capaz de aprobar las matemáticas, y de ser el más grande de los hombres. Echaré de menos sus arrumacos de cachorrillo indefenso.
No podré recoger la blusa de Lucía, y ella faltará a su cita... No podré llorar con ella cuando su primer novio le rompa el corazón, ni sujetar su velo de novia cuando prometa compartir el resto de su vida con alguien con quien haya decidido compartir esos besos que hasta hoy eran solo míos. Ese beso, esos miles de besos que Lucía había dejado para más tarde…. Si al menos esta mañana me hubiese regalado tan solo uno.
Debí perder ese tren.
Enriqueta, por favor, cuide de mis hijos. Ahora solo la tienen a usted.
 
 

© Eva López


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